[ Giro in gondola │ Libre~ ]

por **Feliciano Vargas** Lun Jun 27, 2011 8:59 am

—Ve~ — suspiró el italiano, recostándose en uno de los largos postes de madera que amarraban las góndolas. Había decenas de ellos, más conocidos como « bricola », en italiano, repartidos por toda la ciudad. Eso si, cualquier veneciano te podría asegurar que era prácticamente imposible encontrar dos bricola iguales, ya que todo buen gondolero debía saber dónde estaba el suyo. Por ello, para evitar malentendidos y confusiones, cada gondolero diferenciaba su bricola de una manera especial. Los pintaban a rayas blancas, rojas, azules, les ataban cintas de colores alrededor, inscribían sus nombres en ellos. Incluso a veces, en Carnaval, los adornaban con bellas máscaras que, según decían, protegían a la góndola. El poste de Feliciano, en concreto, era especialmente reconocible por sus vistosas rayas azules y blancas, cuyo reflejo bailaba sobre las aguas a la luz del atardecer. Era una plácida tarde veraniega en el Canalasso, el gran canal que partía Venecia en dos. Los gondoleros empezaban a acudir a sus postes para amarrar los barcos.

¿Por qué nadie viene? — se preguntó en un tono lastimero. Era una tarde extrañamente tranquila, lejos de compararse al constante bullicio en el que vivía Venecia. Algunos trashumantes paseaban por la orilla. Felices parejas cogidas de las manos, niños que corrían a casa tras un día de escuela, solitarios pensadores que andaban sin saber a dónde iban. Pero nadie se acercaba a los postes. — ¿Acaso nadie quiere un paseo? — como si le hubiera oído, una gaviota curiosa se le acercó. Feliciano rió, brevemente divertido ante su curiosos andar. El pájaro emitió un graznido en respuesta, y abrió levemente las alas, acercándose un poco más. — Ve~ ¿Tú quieres un paseo en barca, pequeña? — rió Feliciano. La gaviota graznó de nuevo, como si realmente quisiera decirle algo. Feliciano adivinó lo que de verdad quería. — ¡Oh~! ¡Tienes hambre! — alargó la mano hasta la bandolera, rebuscó entre ellas y dejó cerca de él algunas migajas de pan. La gaviota, satisfecha, no dudó en acercarse y picotear los restos de pan, ante la risa boba del italiano. Una pareja pasó por su orilla, mirándolo con curiosidad. La chica rió, divertida. Esto llamó la atención de Feliciano, que no dudó en levantarse de golpe. — ¡Signorina! ¿No le apetece dar un agradable paseo en barca? ¡A muy buen precio! — la chica dejó de reír, y esbozó una sonrisa nerviosa. Se ruborizó levemente al percatarse de que el italiano cogía sus manos, y la miraba, suplicando. Si no fuera por la amenazadora presencia de su novio, que los observaba como pensándose si tiraba al chico al canal o no, a cualquiera le hubiera parecido una de esas bellas escenas románticas de las películas. Claro. Sólo Feliciano era capaz de rogarle de esa manera a una desconocida que se subiera a su barca. Esta balbuceó algo, que a Feliciano le pareció un "No, gracias", seguido de una disculpa. Se liberó de sus manos y tomó el brazo de su novio, que, tras dirigirle una última mirada amenazante al italiano, siguió caminando junto a su pareja, hasta desaparecer al final de muelle.

— Ve~ — Feliciano se dejó caer, de nuevo, junto al poste. Suspiró, desilusionado y lastimado por haber perdido a sus posibles clientes. ¿Por qué siempre le pasaría lo mismo? — Ve~, por lo menos, tú estás conmigo, ¿no? — le habló a la gaviota. Pero el pájaro emitió un último graznido, y, antes de que se diera cuenta, aleteó en el aire y levantó el vuelo. — ¡E-espera! ¡No me dejes solo tú también! ¡Vuelve! — el animal ignoró su súplica y siguió volando, hasta perderse en el horizonte. Disgustado, suspiró de nuevo. Hasta los pájaros lo dejaban solo.